JEANNE D´ALBRET, REINA DE NAVARRA.


JEANNE D´ALBRET, REINA DE NAVARRA.

CRISTIANOS EN LA HISTORIA (MUJERES DE LA REFORMA).

reina

Jeanne era hija de Margarita, la reina de Navarra, llamada la “madre” de la Reforma y prima de Renée de Francia. Era una princesa que contó con la mejor educación y todos los privilegios de su rango. Sin embargo, debía pagar un alto precio por ello. A los 12 años, a instancias de su tío el rey de Francia, (a quien va dirigida la introducción de la “Institución de la Religión Cristiana” de Calvino), fue prometida contra su voluntad al duque de Cleeves. Aquello era un pacto político que su tío veía como una esperanza de establecer una alianza entre Francia y Alemania. Jeanne escribió una protesta contra el asunto en la cual, a pesar de su tierna edad, da muestras de un espíritu libre y un valor poco común. El documento decía: “Yo, Jeanne de Navarra, continuando con mis protestas anteriores en las que persisto, afirmo y declaro contra el matrimonio propuesto entre mi persona y el duque de Cleeves porque va contra mi voluntad, y nunca he dado mi consentimiento, y jamás lo haré. Cualquier cosa que diga o haga después de este momento en otro sentido habrá sido por causa de la fuerza, contra mi voluntad, por miedo al rey Francisco I, a mi padre el rey o a mi madre la reina, que me tienen amenazada y castigada por mi institutriz, que me ha dicho que yo sería la causa de la ruina y la destrucción de mis padres y de su casa … No sé ya a quién apelar excepto a Dios, cuando veo que mis padres me han abandonado. Les dije que nunca amaría al duque de Cleeves y que no quiero tener nada que ver con él.”

Tras la boda, Jeanne no viviría con su marido hasta que cumpliera 15 años, así que volvió a vivir con sus padres. En este punto, su madre se hizo cargo de su educación y trajo a los mejores maestros reformados para instruirla en la fe reformada. Tanto Guillermo Farel como Juan Calvino visitaron la casa real en este periodo. Sin embargo, 18 meses después de la boda, el duque de Cleeves forjó una alianza con el emperador Carlos V y renunció a su alianza con Francia, volviendo la espalda a la fe protestante y adhiriéndose a la lucha por la restauración del Catolicismo. Sin embargo, la hermana del duque, Sabella, plantó cara a Carlos V y lo desafió, defendiendo la ciudad contra él a pesar de la actitud de su hermano. Otra gran mujer que se mantuvo firme.

La reina Margarita y su hermano el rey de Francia se enfurecieron y buscaron por todos los medios la anulación del matrimonio de Jeanne. El duque de Cleeves ya no era tan buen partido para Jeanne. El matrimonio nunca se había consumado, y utilizaron las protestas escritas por la muchacha para apelar al papa como una razón legítima para la anulación, así que finalmente Jeanne obtuvo su libertad. Los tres años siguientes fueron, probablemente, los más libres de su vida. Tuvo muchos  pretendientes, incluyendo el rey de Portugal y el infame duque de Guisa. Sin embargo, ella eligió a Antonio de Borbón, diez años mayor que ella. Jeanne lo amaba y, durante un tiempo, fueron felices. Era un militar valiente y notable, y de aspecto muy apuesto.

La madre de Jeanne, Margarita, murió sólo un año más tarde. Su primer hijo, nacido unos dos años después de la boda, murió debido a la negligencia de sus niñeras. El segundo también murió. Finalmente Jeanne dio a luz a Enrique, que más tarde se convertiría en Enrique IV de Francia. Dos años después de nacer, murió también el padre de Jeanne y ella se convirtió en reina de Navarra a los 27 años.

Dos meses después de la muerte de su padre, e inspirada por su prima Renée de Francia, hizo una profesión pública de fe reformada. La Jezabel de su época, Catalina de Médicis, conspiraba para destruir a Jeanne y urdió un complot para separarla de su marido. Su objetivo era atraerle de nuevo al Catolicismo Romano y arrebatarles sus tierras de Navarra.

Jeanne sabía lo que pasaba y levantó un ejército para proteger el Reino de Navarra. Cuantas más amenazas y persecuciones recibía por haberse adherido a la fe reformada, más valiente era en su defensa pública a favor de ella y de su Dios. Sin embargo su marido, aunque fuerte y valeroso en el campo de batalla, no lo fue tanto en esta ocasión, y pronto se inclinó del lado de los Guisa volviendo al Papismo y renunciando a la fe reformada. Se fue a París y exigió que su esposa se fuera con él. Jeanne no quería abandonar su Reino, que se había convertido en un refugio seguro para los hugonotes, pero se sometió a los deseos de su esposo. Entonces él exigió que le acompañase a misa. Catalina de Médicis había estado presionando para ello. Jeanne respondió: “Si tuviera mi reino en una mano, y mi hijo en la otra, a ambos los tiraría a las profundidades del mar antes que ir a misa”. Por este acto de desafío, Antonio le quitó a su hijo y lo educó en el Catolicismo, aunque el muchacho siempre permaneció fiel a su madre.

Era público y notorio que Antonio había abandonado la fe, y también comenzó a serle infiel a su esposa, una y otra vez. Todo el mundo quería apoderarse de sus dominios: España estaba muy interesada, y también Roma. Sin embargo, Jeanne se mantuvo firme en el Señor y Su causa, y nunca vaciló. A la muerte de su marido, buscó adelantar la causa de la Reforma por todos los medios en el reino de Navarra. Teodoro de Beza envió, por petición suya, una docena de pastores para predicar el evangelio en Navarra. Uno de ellos dijo de ella: “La reina de Navarra ha desterrado toda idolatría de sus dominios y ha sentado un ejemplo de virtud con un coraje increíble”.

Cuando el embajador español le dijo que no iban a tolerar el calvinismo tan cerca de las fronteras de España, Jeanne contestó: “Aunque sólo soy una pequeña princesa, Dios me ha dado el gobierno de este país para que lo dirija según el Evangelio y le enseñe las leyes de Dios. Confío en Él, que es más poderoso que el rey de España”.

Ella continuó protegiendo en avance de la causa de Cristo en su reino, y cuando llegaron a sus oídos las maquinaciones para perpetrar una masacre de hugonotes, reunió tropas en su territorio con prontitud, de modo que la masacre de San Bartolomé fue detenida por la fortaleza de esta “pequeña princesa” durante ocho años. Declaró:”La causa de Dios es más querida para mí que mi hijo”.

Cuando la obligaron a huir a La Rochelle, allí estaba ella, animando a las tropas. Se mantuvo al lado de un joven soldado que se quejaba porque tenían que amputarle el brazo, consolándole y sosteniendo su mano mientras el cirujano procedía. A la muerte de uno de sus grandes generales, cuando la moral de las tropas estaba por los suelos y ella misma lamentaba la pérdida de aquel gran hombre y querido amigo, volvió a consagrarse a sí misma, sus tierras, su riqueza, su hijo y su vida a Dios y a la causa de los hugonotes. Salió a arengar a las tropas en un último intento de darles aliento y subir su moral diciendo: “Hijos de Dios y de Francia, probad vuestro valor, soldados; os ofrezco todo lo que tengo, mis dominios, mis riquezas, mi vida, mi hijo y todo lo que es querido para mí. Juro defender hasta el final la sagrada causa que ahora nos une”.

Se ocupó de que el Nuevo Testamento circulase traducido a la lengua del pueblo. Ella misma asumió el coste de ver traducido y distribuido entre sus súbditos también el Catecismo de Ginebra. En un tratado de paz en el que se empeñó con todo su poder, consiguió que durante dos años pudiera dedicarse a restaurar su reino, en un estado lamentable. Incluso hoy muchos se refieren a ella como la buena reina que hizo que Navarra prosperase.

Cuando Catalina de Médicis y su ejército le conminaron a entregar las armas y rendirse, contestó: “Hemos llegado a la determinación de morir todos nosotros antes que abandonar a nuestro Dios y nuestra religión reformada, que no podemos mantener a menos que se permita la adoración pública, igual que un cuerpo humano no puede subsistir sin comida y bebida”. Este desafío logró de nuevo una paz transitoria, aunque frágil.

Catalina de Médicis quería que Enrique, el hijo de Jeanne, se casara con su hija Margarita. Jeanne sabía que oponerse podría suponer la ruina de los hugonotes, así que visitó París para negociar la boda y salió horrorizada al ver la maldad y la impiedad que campaban a sus anchas en la corte real. Escribió a su hijo explicándole que lo que querían era separarle de Dios y de ella misma, y que nadie podría vivir allí, en aquella atmósfera de pecado y permanecer puro o seguir vivo espiritualmente hablando. Sin embargo, no se opuso al matrimonio mientras Enrique sacara a su esposa de allí después de la boda y vivieran retirados de la corte real de los Médicis.

Jeanne llegó a París para la boda de su hijo e inmediatamente comenzó a sentirse enferma. Se ha demostrado que fue envenenada. Otra víctima de la crueldad de los Médicis. Las últimas palabras que pronunció se referían a “las muchas aflicciones que he soportado desde mi juventud, pero ahora deseo retirarme y marchar a estar con Dios”. Se dice que murió con la más dulce y hermosa de las sonrisas en los labios. Dos meses después de su muerte, la masacre del día de San Bartolomé finalmente ocurrió, al no estar presente quien la había sujetado durante ocho años.

Jeanne lo dio todo por la causa de Cristo: salud, riqueza, vida y reino. Fue la Débora de los hugonotes, para la cual la gracia de Dios era suficiente. Amó a su Señor con todo su corazón, mente y alma, y como Débora podía haber dicho: “Perezcan todos tus enemigos, oh Señor, mas los que te aman sean como el sol cuando sale en su fuerza” (Jueces 5:31).

El legado de Jeanne D´Albret es haber sido una mujer que ejemplificó cómo vivir confiando en Dios en todas las circunstancias, no valorando las cosas del mundo por encima de la gloria de Dios, cómo estar dispuesto a tomar la cruz y seguirle a Él incluso si al hacerlo lo perdemos todo.

Su salmo favorito era el salmo 31, irónicamente casi un espejo de su vida. Escrito por un rey David perseguido, acosado, oprimido pero piadoso. “Sólo una pequeña princesa”, Jeanne D´Albret, reina de Navarra, de la que el mundo no era digno, nació con privilegios poco corrientes, tuvo una vida de aflicciones poco corrientes pero permaneció fiel con una fe poco corriente.

Gloria a Dios por la maravillosa nube de testigos que tenemos para animarnos y fortalecernos en nuestra fe.

Deejay O´Flaherty  (www.apuritanatheart.com )

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