El Jesús histórico desde una perspectiva Liberal


El Jesús histórico desde una perspectiva Liberal

by Luis A. Jovel ,de su blog (aca)

He venido diciendo que traduciré un articulo sobre el Jesús histórico. Pues ya tiene días de haber sido traducido, y se lo he compartido ya a 2 personas. Ivan Sena me reviso y corrigió mi ortografía, así que la calidad del articulo será mejor que las anteriores.

Pero antes de proporcionarles ese articulo, que en si es algo denso y largo, a nivel académico que será para algunos, un poco difícil de entender, les ofrezco un articulo que introduce el tema desde una perspectiva Hispana, en particular, Española. Este articulo no deja de ser algo complicado para aquellos que no están sabidos sobre el tema, o que no tienen idea de las personas ahí mencionadas, como D.F. Strauss, Albert Schweitzer, Rudolf Bultmann o un Ernst Käseman. No obstante, conociéndolos o no, estamos de una manera u otra influenciados por ellos.

Lo bueno de este articulo, es que es por un ensayista, que esta versado en el tema, pero no lo suficiente. Se habla mucho de lo bueno que el nuevo método de estudiar la historia ha demostrado que el Jesús de los evangelios es un producto de personas con intenciones, y por lo tanto, interpolaron historias o detalles que serian relevantes para sus comunidades de fe. Esto, es hasta cierto grado cierto, pero no totalmente. El autor llega a considerar la posición de J. D. G. Dunn, que cree “que los evangelios son en su mayoría fidedignos porque reflejan lo sustancial del impacto que Jesús produjo en sus discípulos.

como “un punto extremo”. Esa es la mentalidad liberal, que ve una posición conservadora como “extrema”, mientras que no ve su posición como extrema, sino, como la normal.

También de interés es ver como se expresa del fallado y difunto Jesus Seminar. No menciona que el erudito ingles, N. T. Wright, se le considera el individuo que prácticamente solo, refuto y derribo las tesis de dicho seminario, con la posición que el autor del articulo consideraría “extrema”. Se tiene que leer con cuidado los artículos, para darnos cuenta de las preferencias del autor.

Teniendo esto en cuenta, es una buena introducción al tema, y cita muchos libros que yo no tenia idea que estaban disponibles en Español. En el articulo que publicare mas tarde, podrán ver una mas basta bibliografía del tema, como también, mas lado conservador de la conversación, y como este, a pesar del malestar de los liberales, esta ganando el día.

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A principios del siglo XX se generalizó la idea de que Jesús ni siquiera había existido realmente

En busca del Jesús histórico

Lo extraordinario en el caso de Jesús es que fuera divinizado por judíos educados en el horror a la idolatría | Desde muy pronto, en la definición de los dogmas quedaba lejos la narratividad histórica del galileo | Desde el siglo XVIII, empezaron a aplicarse a los Evangelios los métodos modernos de la ciencia histórica

Cultura | 28/03/2012

Javier Gomá Lanzón

Ensayista

Nuevas investigaciones aportan datos sobre la debatida figura histórica de Jesús y dan un giro al debate milenario sobre realidad y ficción en los ‘textos sagrados’. Y la noción de su ejemplaridad queda reforzada

Portada del suplemento Cultura|s del miércoles 28 de marzo de 2012 LaVanguardia

Hubo un profeta pobre, ágrafo, sin estudios, alejado de las esferas de influencia, que, tras predicar la venida inminente del reino de Dios durante un periodo de entre uno y tres años –sobre la duración de su vida pública discuten los estudiosos–, fue ejecutado en Jerusalén de una manera que los judíos consideraban vergonzante, reservada a esclavos. Unos días después una parte al principio minoritaria de esos judíos afirmaron que lo habían vuelto a ver, viviente, individual y corporal como antes, y rindieron culto al resucitado. Ese predicador de Galilea, abandonado por todos y fallecido prematuramente, fue proclamado el Cristo, el Hijo de Dios, el Señor, títulos que presuponen su divinidad. En la antigüedad grecolatina hubo casos de apoteosis de héroes mitológicos, como Hércules, o de grandes caudillos militares, como Alejandro Magno o Julio César, elevados también a un rango divino. Nada especial en el seno de las religiones politeístas. Lo extraordinario en el caso del galileo reside en que fue divinizado por quienes, como judíos piadosos, educados en el horror a la idolatría, profesaban un monoteísmo acérrimo, casi histérico. A ese contemporáneo suyo, con quien habían convivido y recorrido caminos juntos, se atrevían a ponerlo en “comunidad de trono” con el mismísimo Yahvé, creador del mundo.

Lo segundo que, de los inicios de la religión cristiana, llama la atención al historiador de las ideas es el extraño éxito social que conoció ese culto tan singular. El judaísmo antiguo, una subcultura marginal y sometida dentro del vasto Imperio Romano, era bastante plural y admitía sin sobresaltos una nueva variedad en su seno. Más sorprendente es que una secta reciente, bastante exótica por cierto, de tintes mistéricos y orientalistas, rechazada por el propio judaísmo institucional, ridiculizada por prestigiosos hombres de letras (Tácito, Luciano o Celso), perseguida por un estado hostil, se divulgara rápidamente por las civilizadas urbes romanas y acabara como religión oficial del imperio más orgulloso de sí mismo que habían visto los siglos.

Esa iglesia naciente, al principio una comunidad perseguida, va produciendo una literatura que le ayudaba a tomar conciencia de ella misma. En ese delicado proceso de construcción de identidad, mucho más peligrosos que los paganos –con quienes dialogan los apologistas– eran las doctrinas heréticas de los propios cristianos desviados: adopcionismo, docetismo, gnosticismo, arrianismo, etcétera. Para combatirlas, la patrística cristiana asume sin sentir el universo simbólico de los adversarios, el cosmos helenístico y su tendencia a la especulación abstracta, lo que acaba configurando la imagen premedieval de Cristo. En el siglo IV, la religión perseguida adviene religión del imperio, y las controversias anteriores, limitadas a los dominios de lo retórico y eclesiástico, se convierten ahora en gravísimo asunto de estado, porque la unidad religiosa es una prioridad para el emperador. Este convoca los primeros concilios ecuménicos que establecen los artículos fundamentales de la cristología imperial: Nicea (325), Éfeso (431) y Calcedonia (451). Ya entonces algunos obispos reconocieron que en la definición de los dogmas no se había procedido piscatorie sino aristotelice; en otras palabras, que en dichos dogmas quedaba lejos la narratividad histórica de ese profeta judío que apareció a las orillas del lago de Galilea pescando hombres; en lugar de ello, el acento estaba en la segunda persona de la trinidad, logos eterno preexistente al mundo, verdadero Dios y verdadero hombre, dos naturalezas en una misma persona y otras proclamaciones especulativas similares surgidas de la polémica contra la heterodoxia.

Del cristianismo a la cristiandad
En la Edad Media se dio todavía un paso más. Porque el ocaso del Imperio Romano fue una suerte de paganismo cristianizado, mientras que ese milenio entre los siglos V y XV creó una civilización original sobre bases exclusivamente cristianas: un derecho, una ética, una estética, una teoría política, en fin, un cosmos cristiano de nueva planta, presidido por el Cristo Pantocrátor que bendice a los fieles en los pórticos de las catedrales.

La filosofía y la teología a partir del siglo XII representan el momento de máxima autoconciencia del cristianismo, el cual en ese momento muta en cristiandad, es decir, en poder temporal y político en competencia con otros agentes y con pretensiones de tutela espiritual sobre ellos.

Con el Renacimiento experimenta un desarrollo espectacular la filología –la crítica textual y los análisis de texto– de los documentos antiguos: literarios, jurídicos y bíblicos. Respecto a la Biblia, la ciencia al principio estuvo limitada al Antiguo Testamento, pero en el siglo XVIII algunos empezaron a atreverse con los sagrados Evangelios. En los laberintos de la filología se libró una épica batalla cultural entre posiciones tradicionalistas y progresistas. Los ilustrados querían aplicar al Nuevo Testamento los métodos modernos de la ciencia histórica, a emulación de lo que los físicos (Copérnico, Galileo) habían hecho en el ámbito de la naturaleza. Había en esa empresa un aliento genuinamente evangélico porque se trataba, en suma, de volver a leer los Evangelios, pero a ese intento se oponía una sobreestructura de interpretación heredada en forma de dogmas, magisterio, tratados teológico-filosóficos, piedad popular, religión estatal y monopolio de la educación. Fue una expresión señera de la lucha ilustrada por la emancipación de la conciencia individual respecto a la autoridad eclesiástica y política. En ese volver a la escritura había también un impulso típicamente protestante (sola scriptura) en rivalidad con el histórico predominio de la Roma meridional. El Renacimiento del sur había compartido protagonismo cultural con la Reforma del norte, pero ahora Roma veía con angustia cómo con la Ilustración el centro del mundo se desplazaba hacia arriba.

Y así se inició una de las más admirables contribuciones de la ciencia moderna al espíritu occidental, el método exegético-crítico aplicado a unos textos que hasta entonces habían permanecido exentos de análisis por considerarlos inspirados por Dios, cuando no escritos por su mano. H.S. Reimarus (cuyos escritos publicó póstumamente G.E. Lessing en 1774-78), D.F. Strauss, autor de Vida de Jesús (1835-36), y el programa de desmitologización de R.K. Bultmann (1884-1976) marcan el principio, el medio y el final de esa primera investigación sobre el Jesús histórico.

Esta ciencia, en origen de nacionalidad alemana, combina una asombrosa variedad de conocimientos: filológicos por supuesto, pero también teológicos, literarios, arqueológicos, históricos, jurídicos, sin excluir las aportaciones de la historia de las ideas y del estudio de las religiones comparadas. El punto de partida es el siguiente: Jesús murió en torno al año 30 y los evangelios fueron redactados entre los años 70 (el más temprano: Marcos) y 100 (el más tardío: Juan); en ese periodo intermedio de 40-70 años se formó una espesa tradición sobre el Jesús resucitado, el Cristo, que poco o nada tiene que ver con el Jesús real. Por tanto, los Evangelios, la única fuente histórica disponible para conocer a Jesús, no contienen en rigor información sobre este, sino que reflejan la imagen de Cristo creada inventivamente por la comunidad cristiana primitiva.

La crítica de las fuentes aborda la cuestión sinóptica –la interdependencia de los tres primeros evangelios– y propone la tesis de las dos fuentes: Marcos y la fuente Q, hoy perdida pero en buena medida reconstruida. La historia de las formas examina cómo una tradición oral se fue insertando en diferentes formas literarias (milagros, parábolas, paradigmas, leyendas, historia de la pasión, mandamientos, dichos sapienciales) dependiendo de los contextos y necesidades sociales (predicación, liturgia, catequesis, polémica) y cómo al adoptar la forma del género el material oral se estilizó. Para esta escuela, que opera analíticamente, los Evangelios son sólo un collage de fragmentos yuxtapuestos por meros recopiladores, mientras que, por el contrario, la historia de la redacción concede a los evangelistas la condición de teólogos: los Evangelios expresan la teología de sus autores o la de una comunidad a la que pertenecen: arameo-judía, judeo-helenística, siria, baptista, gnóstica, etcétera.

Tras dos siglos de exhaustivo trabajo, el balance final lo resumía bien Albert Schweitzer en las Consideraciones finales de su célebre Investigación sobre la vida de Jesús (1913): “Los resultados a que ha llegado la investigación sobre la vida de Jesús ofrecen una buena base a quienes gustan hablar de una teología negativa. Tales resultados son negativos”. En otras palabras, los evangelios sólo informan de la imagen del Cristo de la fe, de arriba abajo una invención original de la comunidad cristiana primitiva, pero nada o apenas nada sobre el Jesús histórico. De ahí el título de otro capítulo del mismo libro: Negación de la historicidad de Jesús en los últimos años, porque, en efecto, llegó a generalizarse la idea de que Jesús ni siquiera existió realmente.

La segunda mitad del pasado siglo puso en marcha una renovación de las investigaciones exegéticas que aumentó el número de datos sobre Jesús contenidos en los evangelios que la ciencia podía considerar suficientemente seguros (a partir de ahora se ofrecerá alguna indicación bibliográfica de las traducciones). Suele citarse como punto de inflexión de ese movimiento pendular la resonante conferencia de E. Käseman de 1953 El problema del Jesús histórico (en Estudios exegéticos, Sígueme, 1977).

Continuidad subyacente
Comparado por ejemplo con Buda, Confucio o Lao-Tsé, Jesús es con mucho la figura religiosa de la antigüedad de la que más datos se conservan. No parece tampoco razonable atribuir a la comunidad primitiva el inverosímil genio religioso que supone inventarse una figura tan original como la de Cristo sin pensar que en ese proceso creador haya que residenciar parte del impulso en la personalidad del propio Jesús. Además, los evangelistas se muestran mucho más fiables de lo que pudiera suponerse porque tienen la honestidad de registrar tradiciones incómodas para una comunidad que cree en la divinidad de su fundador: el bautismo del perdón de los pecados, los pronósticos erróneos sobre el reino, la elección de Judas, el bochorno de la negación de Pedro (primer Papa), la agonía demasiado

humana

del Huerto de los Olivos, el grito de abandono en la cruz. En la discontinuidad existente entre el Cristo resucitado de la fe y el profeta galileo había que suponer por fuerza una continuidad subyacente.

Tan pronto como 1956, G. Bonkmann intenta un primer esbozo biográfico con los resultados exegéticos disponibles (Sígueme, 1975). Durante cuarenta años se acumula una ingente bibliografía siempre en aumento de la que, aún en el ámbito germánico, en 1996 ofrecen una muy útil síntesis G. Theissen y A.Merz en El Jesús histórico (Sígueme, 2000). El esfuerzo se extiende al ámbito anglosajón y en 1970 C.H. Dodds da a la imprenta El fundador del cristianismo (Herder, 1974), reelaboración de unas conferencias de 1954. Y en Estados Unidos demuestra una elevada capacidad de agitación intelectual,
a partir de los ochenta, la llamada Third Quest, uno de cuyos polos es el Jesus Seminar, fundado por J.D. Crossan y R.W. Funk,y caracterizado por usar con preferencia fuentes no canónicas y por poner el acento en la dimensión político-social de Jesús y en su condición judía.

Sobre esto último, destacan las contribuciones de G. Vermes, Jesús, el judío (Muchnik, 1977), y más recientemente de E.P. Sanders, autor de los influyentes Jesús y el judaísmo (Trotta, 2004,) y La figura histórica de Jesús (Verbo Divino, 2000). En la mencionada tendencia de recuperar terreno para la historicidad de Jesús, un punto extremo lo representa J.D.G. Dunn, Redescubri ra Jesús de Nazaret (Sígueme, 2006), quien sostiene que los evangelios son en su mayoría fidedignos porque reflejan lo sustancial del impacto que Jesús produjo en sus discípulos.

La investigación sobre el Jesús histórico, que llevaba desde el principio la impronta del cristianismo protestante, llegó tarde al catolicismo. La postura eclesiástica oficial fue negativa al método histórico-crítico hasta la encíclica Divino afflante Spiritu de 1943, pero incluso después se vio con reticencia a quien la practicaba con demasiada libertad. Es interesante observar la ambivalente posición expuesta por el actual Papa, Benedicto XVI, en el prólogo a su Jesús de Nazaret I (Esfera de los Libros, 2007). En su selecta bibliografía cita la excelente monografía de J. Gnilka Jesús de Nazaret (Herder, 1995), y con respecto a Un judío marginal (Verbo Divino, varios tomos, desde 1997), la monumental obra de J.P. Meier, dice Ratzinger: “Esta obra en varios volúmenes es, bajo muchos aspectos, un modelo de exégesis histórico-crítica, en la que se ponen de manifiesto tanto la importancia como los límites de esta disciplina”. Lo cual quizá sea un signo de apertura al método por parte de la máxima autoridad eclesiástica porque Meier sostiene que, en un plano escriturístico, hay que entender que Jesús tuvo hermanos, no realizó milagros de la naturaleza (sólo curaciones) y se equivocó en sus predicciones escatológicas.

El maestro de Meier, R.E. Brown, sacerdote católico, en 1979 publicó El nacimiento del Mesías (Cristiandad, 1982), una pionera investigación sobre los Evangelios de la infancia (Mateo y Lucas) de la que se deduce que buena parte de ellos no son históricos. Como estas conclusiones contrastan con la ortodoxia del catolicismo, que Brown desea respetar, este publicó 101 preguntas y respuestas sobre la Biblia (Sígueme, 2002), un libro inteligente y conciliador.

El método exegético ha hecho perder gran parte de su valor a las antiguas biografías precríticas que tanto éxito tuvieron en el pasado (K. Adam, G. Ricciotti, L. Fillion, G. Papini, R. Guardini). También ha evidenciado la insuficiencia de la gran teología especulativa que alcanzó altas cimas en el siglo XX. Pero, por otro lado, hay indicios de que ya ha dado la mayoría de los frutos que podían esperarse de él y por tanto sería ahora el tiempo de edificar una cristología desde abajo, teniendo en cuenta los resultados historiográficamente más seguros aunque sin perder de vista las orientaciones de la cristología desde arriba que muestran una dirección más que una verdad literal. Sería deseable que ese proyecto se completara algún día, porque contribuiría a cerrar la brecha abierta en la modernidad entre ciencia y fe, tan desgarrada y dolorosa para muchos, y a superar ese cierto infantilismo intelectual que la creencia ha exigido al hombre moderno deseoso de elevarse a las realidades espirituales, pero no al precio de rendir su conciencia.

Sin olvidar las aportaciones en el ámbito protestante –desde O. Cullmann o J. Jeremias hasta M. Karrer–, curiosamente fue en el lado católico donde se produjeron las primeras reconstrucciones cristológicas post-críticas: en 1974 coincidieron E. Schillebeeckx, Jesús. La historia de un Viviente (Cristiandad, 1981), H. Küng, Ser cristiano (Trotta, 1996) y W. Kasper, Jesús, el Cristo (Sígueme, 2002), este último elevado después a la dignidad cardenalicia. Por esos años surge la refrescante teología de la liberación latinoamericana (Gutiérrez, Boff, Sobrino), impensable sin el realismo de la moderna exégesis. También de 1974, ya en suelo español, es la renovadora monografía de J.I. González Faus La humanidad nueva. Ensayo de cristología (Sal Terrae), compendiada en el influyente texto de 1978 Acceso a Jesús (Sígueme). Otros estudiosos españoles han hecho notables contribuciones a la exégesis bíblica –desde los clásicos L. Alonso Schökel y A. Díez Macho hasta los más actuales J.M. Castillo, R. Aguirre, J.M. Rovira Belloso, X. Picaza, S. Vidal, S. Guijarro o A. Piñero, entre otros–, pero entre las que hayan desembocado últimamente en una biografía completa del fundador cabe citar A. Puig, Jesús. Una biografía (Destino, 2004), exhaustiva y académica, y J.A. Pagola, Jesús. Una aproximación histórica (PPC, 2007), más poética y conmovedora.

Carisma y ejemplaridad
Ese profeta pobre y de vida corta es con mucha distancia el individuo más estudiado, analizado y escrutado de la historia universal. Si el carisma se mide, según Weber, por su fuerza transformadora, puede decirse sin vacilar que es el hombre más carismático que ha existido nunca. Algo puede darse por seguro sobre él tras tan agotadora investigación erudita: personificó una ejemplaridad absolutamente extraordinaria, que, tras su depuración de lo legendario, luce con una limpieza, actualidad y universalidad aún mayores que en la mítica imagen antiguo-medieval.

Nadie le niega este mérito, ni siquiera quienes, en las últimas centurias, han dedicado una crítica devastadora al cristianismo, los cuales, invariablemente, han retrocedido ante la persona del galileo. El Anticristo (1888) de Nietzsche no es lo que enuncia el título (anti-Cristo) sino sólo un libelo anticristianismo que no puede ocultar su admiración y respeto por su fundador, al que presta significativamente algunos de los atributos del superhombre. Más aún, en la personalidad del Jesús histórico, constatada por la ciencia moderna, se aprecia una tal desmesura de ejemplaridad, un modo tan anómalamente exagerado y radical de vivirla y una combinación tan asombrosa de autoridad y libertad al hacerlo, que uno estaría tentado de juzgar a ese individuo no sólo el mejor del género, sino un género de caso único, excepcional. Una vez fallecido, sería justamente ese plus sobre lo humano recordado por sus discípulos lo que llevaría a estos a reconocerle un rango divino.

Este artículo empezaba recordando dos hechos conocidos: la divinización de Jesús por sus contemporáneos monoteístas y el increíble éxito social de su culto en los siglos siguientes. Ahora concluye destacando, también con fundamento científico, su ejemplaridad extraordinaria y excepcional, no regateada ni siquiera por los más acreditados anticristianos. Ejemplaridad jesuánica, divinización y difusión del cristianismo, ¿tres datos interesantes pero autónomos, o se adivina una conexión íntima entre ellos? Si se admitiera un nuevo eslabón intermedio, entonces toda la cadena adquiriría una necesidad interna. Me refiero al hecho de que, según sus seguidores, Jesús, tras morir, se les apareció viviente, individual y corporal. El encadenamiento congruente de todos los eslabones, antes piezas sueltas, discurriría así: al ser de una ejemplaridad única, Dios lo rescató de la muerte; la resurrección convencería a sus discípulos de su condición extrahumana; dada esta condición –que manifiesta una voluntad de Dios respecto del mundo–, nada más natural que la expansión universal del culto.

Algunas de las modernas biografías, como la de Gnilka, interrumpen su narración sobre el Jesús histórico después de la crucifixión y la sepultura porque lo que viene después, las apariciones del resucitado, no son tanto una cuestión de hecho como de fe y remiten a una decisión personal. También yo pondré fin aquí a mi exposición dejando abierta y sin decidir la pregunta por el eslabón intermedio.

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Javier Gomá Lanzón es ensayista y autor de ‘Imitación y experiencia’, ‘Aquiles en el gineceo’, ‘Ejemplaridad pública’ y de ‘Ingenuidad aprendida’. Acaba de publicar ‘Todo a mil’ (Galaxia Gutenberg)

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